JUAN CARLOS GARCIA - Web oficial

 

 
Siete Cuentos Metafísicos tanto para niños como para adultos
"No Pierdas La Magia" por Juan Carlos García
 ISBN: 980-6329-16-3
 
Editorial:
Bienes Lacónica C.A, Caracas.
 
Fecha de publicación: Julio, 1993
 
Notas: Siete cuentos metafísicos cortos.
             Incluye varias ilustraciones de
             Luisa Beatriz Toro.
 
Cuento Nº 1
EL CARACOLITO
(Para ser leído en los caminos de un bosque)
 
"El Caracolito" (ilustración) - Luisa Beatriz Toro
 

    Érase una vez un pequeña princesa llamada Cristal. Ella corría de allá para acá en su gran reino de flores. Siempre se le podía ver bailando y jugueteando por todos los fragantes jardines de los dominios de su padre, el Rey Arturo. Este Rey era poseedor de vastas regiones y su reino casi no conocía fin.

    El Tutor y Maestro de la princesita Cristal era un gran mago llamado Merlín el Sabio. Merlín vivía en las cercanías del gran palacio, en una pequeña y humilde casa dentro del bosque. Todos los días la princesita Cristal iba a casa de Merlín a recibir la instrucción que éste, con gran amor, le daba.


    Un día, al Cristal ir por el sendero que conducía a la casa de Merlín se topó con un caracolito, el cual, con una casita demasiado pesada a rastras, le dijo:


—¡Eh! ¡Ehhh! ¿A dónde vas con tanta prisa, pichón de gigantes...?

    Y nuestra amiga, la pequeña princesa Cristal, le respondió:

—Pues voy a casa de mi Maestro Merlín, caracolito.

—¡No me digas caracolito...! —dijo el caracolito muy disgustado—, tú debes referirte a mí como ¡señor caracol!
 
—¡Vaya, discúlpeme, señor caracol! —replicó Cristal, muy sorprendida—.
 
    Ahora, si me lo permite, seguiré mi camino.
    Entonces el caracolito, aún más molesto, le dijo:
 
—¡Ah, entonces quieres decir que te vas y que me dejas abandonado aquí solo, al comienzo del camino! ¡Ya sabía yo que estos gigantes eran muy engreídos y poco serviciales! Mamá tenía razón cuando me dijo que yo era el único de entre mis 95 hermanos que no iba a seguir una vida de caracol normal.
 
—¿Hacia dónde se dirige usted, señor caracol? —preguntó Cristal.
 
—¡Yo voy para allá, y por favor detesto que me digan señor caracol, así que tutéame! —respondió más tranquilo el caracolito.
Y con una de sus antenas señaló el camino que por coincidencia era el camino que la princesita Cristal debía seguir para ir a casa de su Maestro Merlín.
 
—¡Oye, pero qué casualidad!, yo también voy a seguir por ese camino que tú me señalas —dijo sorprendida Cristal —¿Pero dime, caracolito, a dónde te diriges exactamente?
 
— Te voy a explicar —respondió—. Cuando mis hermanos y yo éramos pequeñitos, mi mamá nos sentaba junto al tallo del rosal más alto de toda la zona en que vivíamos y nos decía: "Miren mis hijitos, ¿ven ustedes aquel gran hueco amarillo que hay en el cielo y que deja penetrar la más brillante luz?, pues bien, a ése que ustedes ven, los gigantes lo llaman Sol y dicen que sin él no podrían vivir. Ahora, ¿ven ustedes a este gran tallo de rosa?, bueno, por un tallo aún más grande que éste tienen ustedes que trepar para llegar al Sol y luego convertirse en gusanitos de seda y más tarde en mariposas. Toda nuestra existencia se basa en eso; en la subida hasta el Sol por medio del tallo de ese rosal tan maravilloso". Al principio yo no comprendía lo que mamá quería decirnos, pero mientras crecía iba entendiendo más y más cada palabra que de su boca había salido. ¡Ah, pero ella nos dijo algo muy importante!, y es que para subir hay que aligerar la carga de nuestra casa y tenerla limpiecita, de lo contrario jamás llegaremos al Sol.
Entonces, la princesita Cristal le dijo:
 
—Pero, caracolito, tú llevas esa casita muy cargada y casi no puedes caminar. ¿Cómo vas a hacer?
 
—Bueno —respondió el caracolito—, mamá me dijo, muy particularmente, que cuando mi casa estuviese muy pesada y que casi no pudiese caminar, aparecería alguien que con una palabra mágica me aligeraría la carga, pero también me dijo que no permitiera nunca que me llevaran dicha carga, porque de lo contrario no habría avanzado nada.
 
—¿Ah, entonces tú piensas que Yo Soy esa persona? —dijo Cristal.
Entonces, el caracolito, mirándola de arriba a abajo —cosa que le tomó mucho tiempo—, le respondió:
 
—¿Y quién más que un gigante puro de alma y corazón, podría ayudarme?
 
—Me has puesto en un verdadero aprieto, caracolito... —dijo la princesita Cristal.

    Nuestra amiga, la princesita, comenzó a pensar y pensar. Mientras tanto, el caracolito, que permanecía junto a una piedra, empezaba a dudar de ella y fue entonces cuando le dijo:
 
—¡Caracoles!, otra vez he fallado, ¿Dios mío, cuándo será la hora en que encuentre a alguien que sirva de verdad, verdad? He pasado los últimos veinte días de mi vida buscándola, y lo que he podido encontrar son puros ignorantes, que hasta han llegado a decir que yo soy muy rencoroso y que no me olvido del mal que me han hecho. ¿Pero cómo lo voy a olvidar si a cada momento lo recuerdo y me da rabia...?
 
—¡Ahí está! —dijo muy emocionada, la princesita Cristal— ¡Ahí está tu problema!

    Entonces, nuestra amiguita alzó al caracolito y una vez que lo tuvo al nivel de su cara le dijo:
 
—Tu problema, caracolito tonto, es que no sabes perdonar, y la palabra mágica que necesitas es P E R D Ó N.

    La princesita, muy tiernamente le dio un beso en su casita y ésta comenzó a estremecerse. Chispitas de luz violeta emanaron rápidamente de todo el cuerpo del caracolito y en un instante, aquella casa que parecía muy pesada ahora era tan transparente y tan liviana que casi no se veía, y aquella frívola obstinación se había transmutado en una bella aspiración. Luego, la princesita lo dejó en el suelo y siguió caminando a casa de su Maestro Merlín, mientras que el ahora ligero caracolito retomaba su camino al Sol pero dejando siempre un rastro de luz violeta por donde pasaba. Desde aquel entonces todo fue felicidad y rapidez para el caracolito.
 
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Cuento Nº 3
LA GRAN PANTALLA
(Para ser leído antes de ir al cine)
 
"La Gran Pantalla" (ilustración) - Luisa Beatriz Toro

    Es muy bien sabido que la vida promedio de un átomo cinéfilo dura apenas 2 horas. A nosotros los humanos nos parece un tiempo muy corto, pero en realidad para ellos es toda una vida.

    Inquieto era un átomo cinéfilo que vivía en la superficie de un planeta llamado "Foco de Luz", en una galaxia de nombre "Proyector", en la constelación de "Sala de Cine", dentro del gran universo de "Hollywood".

En Foco de Luz todos los jóvenes como Inquieto tenían un sueño y era que algún día pudiesen llegar a proyectarse en "La Gran Pantalla" y ser vistos, aunque fuera por un segundo, por los seres humanos que acuden por cientos a las salas de cine en busca de realizar, o al menos visualizar, sus más anhelados sueños.

    La mamá de Inquieto, que era una molécula que gozaba de mucha fama por su gran magnetismo personal, había perdido la gran oportunidad de proyectarse hacía ya una larga hora, pero ella, no obstante se encargó de inculcarle a su pequeño hijo todo ese ímpetu que la movía y le daba el sentido de la vida.

    En aquel mundo era muy extraño ver al alguien que hubiera sido capaz de llegar a La Gran Pantalla. Todas sus escuelas y estudios estaban orientados hacia ese gran logro. Pero el problema radicaba en que nadie había llegado y visto con sus propios ojos aquel lugar, que según decían era de armoniosa unión y en donde todos desarrollaban un papel importante, excepto unos pocos a los que llamaban "Fotones" o "Luminosos", los cuales llevaban una vida muy diferente a la de sus semejantes co-existentes.

    Inquieto, después de haber aprendido todo lo que la escuela y su mamá le pudieron enseñar, sentía en cada electrón de su cuerpo que le faltaba la invaluable experiencia de un Luminoso para poder llegar a realizar su gran sueño, y sin pensarlo más se fue en busca de uno.

    Largo tiempo pasó en dicha búsqueda, muchos lugares visitó y en varias ocasiones las heladas ventiscas de corrientes negativas trataron de neutralizarlo, pero por fin, y para su suerte, llegó a un hermoso lugar, parecido a un manantial de energía líquida, donde a su alrededor se reunían los famosos Fotones. Fue allí donde encontró a "El Maestro Electrónico" que después de ponerlo a prueba lo aceptó como su discípulo.

    Recuerdo que una vez Inquieto le pidió a su Maestro que le describiera cómo era La Gran Pantalla y él no hizo más que un largo silencio. En otra ocasión le volvió a preguntar lo mismo y el Maestro le contestó:

—Hijo mío, si quieres saber cómo es La Gran Pantalla desperdicias tu tiempo, pues no hay ninguna forma de saberlo sin que antes hayas llegado a ella, mas entre ustedes dos no hay distancia alguna.

    Tanto pensó Inquieto en lo que le había dicho "El Maestro Electrónico" que casi se quedó sin saber hablar, pero por fin entendió y en ese preciso instante todo Foco de Luz comenzó a estremecerse y a desprender Luz por todas partes. También de Inquieto emanaba Luz mientras que todo su cuerpo comenzaba a flotar y fue entonces cuando, como un rayo, salió disparado y atravesando infinidad de lentes traspasó la película quedando plasmado de esa manera en La Gran Pantalla. La película que se proyectaba era "Hermano Sol, Hermana Luna" y justo en el momento en que San Francisco de Asís corría libre por los campos de la Porciúncula, justo allí, Inquieto permaneció por todo un segundo en el ojo derecho del santo haciéndolo brillar fuertemente y dándole a los espectadores la verdadera visión de la felicidad que sentía San Francisco en aquel momento. Todo fue verdaderamente maravilloso. Todo Foco de Luz se enteró de la gran noticia, y su madre cuando lo supo sintió un gran regocijo, pues su hijo había realizado el sueño de toda su vida.

    Pero no vayan a pensar ustedes que Inquieto murió, ¡nada de eso!, él regresó a Foco de Luz como un "Hijo de la Luz", un Luminoso más, y al lado de su Maestro Electrónico desde entonces ayuda a que todos los átomos cinéfilos que así lo deseen puedan llegar como él lo hizo a la Gran Pantalla.

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Cuento Nº  7
NATIVITAS
(Para ser leído en la noche de Navidad)

"Nativitas" (ilustración) - Luisa Beatriz Toro

    Todo el Universo estaba alborotado pues ya se acercaba el mes de diciembre y el Gran Ser Cósmico Nativitas se aproximaría a la Tierra para que todos los habitantes que estuviesen receptivos se llenaran del Espíritu de la Navidad. Pero sucedía algo muy especial y era que una de las viejas ayudantes de la Señora Nativitas, una hermosísima arcangelina, misteriosamente se había desaparecido hacía ya siete Navidades. Millones de arcángeles y ángeles de todos los rangos iban llegando poco a poco y esparciéndose entre los humanos sin distinción alguna.

    Cristina era una niña que vivía con su pequeña familia en Alaska. Allí los inviernos eran muy crudos y ese año parecía hacer más frío que nunca. Ella tenía la costumbre de que todos los 20 de diciembre, a eso de las 12 de la noche, colocaba el pesebre y allí se quedaba hasta por la mañana admirándolo. Luego, el día 25 en la mañana salía a jugar con sus amiguitos y lo que hacía era regalarles todos sus juguetes. A ella no le importaba quedarse sin nada, mas estaba muy feliz de que los otros disfrutaran de lo que ella antes había disfrutado. En realidad parecía que la cara se le iluminaba cada vez que decía: —¡Toma, este es mi regalo de Navidad, es tuyo!

    A los padres de Cristina no les hacía mucha gracia el comportamiento de su pequeña hija y ese año estaban decididos a no dejarle hacer ningún pesebre y mucho menos que regalara todos los juguetes que con mucha cariño y sacrificio ellos le compraban.

    Llegó la noche de la entrada del Espíritu de la Navidad a la Tierra y cuando Cristina se disponía a colocar su pesebre y adornos de Navidad, sus padres fuertemente le gritaron y regañaron y dijeron que les salía muy caro tener que regalarle cosas y luego que ella las olvidara tan fácilmente.

    Esa noche fue la más amarga en la vida de Cristina, pues como ave sin poder volar se quedó sentada en el suelo mirando las estrellas del infinito y llorando mucho. Lo más extraño era que sus lágrimas parecían ser pequeñas lucecitas que al caer en el suelo provocaban destellos.
Durante toda la Navidad ni siquiera salía a jugar, pues sus ánimos estaban debilitados. Apenas comía y hablaba muy poco. Los padres notaron que las flores de Navidad de la casa se secaron y murieron y que ningún animalito se aparecía por allí.

    Cuando llegó la noche del 24 de diciembre, inmediatamente un rapidísimo serafín mensajero aterrizó a los pies de la Gran Señora de la Navidad y le informó que en un lugar específico de la Tierra una joven, de hermosas cualidades, pedía poder celebrar la Navidad y estar feliz de nuevo.

—Amada Maestra —dijo el veloz serafín—, con sólo un acercamiento tuyo podrás transformar la tristeza de ese corazón amante de la Navidad.
La Señora Nativitas se apiadó de ella y dijo al serafín que esperaran hasta la medianoche.

    Faltando unos minutos para la medianoche los padres de Cristina estaban en la sala y la propia Cristina se encontraba sola en su habitación. De pronto, los cabellos de la pequeña comenzaron a dar vistos plateados, mas todo su cuerpo empezaba a sufrir una hermosa e increíble transformación. Su cara y manos radiaban de blanco y de su espalda salieron dos efusiones de energía radiante y tomaron la forma de unas grandes alas de un brillo sin igual. Todo esto sucedía mientras en el cielo una gran estrella de múltiples puntas brillaba con más fuerza que las demás.

    Los padres, al ver los rápidos destellos de luz que salían de la habitación de su hija corrieron rápidamente a ver lo que pasaba y grande fue su sorpresa cuando entraron y vieron que allí acontecía todo un verdadero nacimiento. Estaban el Niño Jesús, la Virgen y San José; también los tres Reyes Magos, la mula y el buey. Los padres no podían creer lo que estaban viendo, cientos de pastores llevaban ofrendas al Niño recién nacido, mas pudieron ver que desde una estrella de increíble fulgor se desprendió un puntito de luz que fue bajando poco a poco y cuando llegó al pesebre se paró en frente y dijo con voz parecida a truenos rítmicos:

—"GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD".

    Los padres se dieron cuenta de que ese ángel que hablaba era su pequeña hija Cristina, mas ella, con mirada tierna, les dijo:

—Amados padres, que el Cristo Interno nazca en sus corazones y que su Amor omniabarcante derrumbe todas las limitaciones humanas.

    Los padres no contuvieron las lágrimas, estaban muy arrepentidos de lo que hicieron y prontamente se arrodillaron frente al Niño Jesús. Desde sus corazones salieron fulgurosas tres llamas; una Azul, una Dorada y otra Rosa. Había nacido el Cristo en sus corazones y a partir de entonces todos los años, al conmemorar la partida de su hija y la llegada del Cristo a sus corazones, celebraban con verdadera devoción la Navidad y hasta se les podía ver regalando juguetes a todos los niños.

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Pronto más información y novedades sobre este libro.

 

Música de fondo: "El Templo de la Verdad de Pallas Atenea" por Juan Carlos García     Pulsa la flecha para subir hasta el comienzo de esta página.     
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